
Por: Leonel Fernández
Luego de un largo periodo de indiferencia por parte de los organismos internacionales respecto a la ola de violencia y criminalidad que ha estado estremeciendo a Haití en los últimos tiempos, la Organización de Estados Americanos (OEA) convocó una sesión de su Consejo Permanente.
El objetivo fue promover una mayor participación de la organización regional en la búsqueda de soluciones a la crisis de múltiples dimensiones que actualmente afecta al país caribeño.
Días antes de la celebración de ese cónclave hemisférico, y luego de un prolongado distanciamiento diplomático, el embajador Emmanuel Fritz Longchamp, un diplomático de larga experiencia, presentó credenciales ante el gobierno de la República Dominicana.
Por otro lado, en un acto sin precedentes en la historia dominicana, el presidente Luis Abinader, junto a los expresidentes Hipólito Mejía, Danilo Medina y quien suscribe, acordaron, a través del Consejo Económico y Social (CES), con la participación de líderes políticos, sociales y empresariales, elaborar un plan nacional de unidad frente a los desafíos de la crisis haitiana.
Todo esto indica que se está generando una nueva dinámica en relación con la situación del país vecino. El nivel de desidia y abandono de la comunidad internacional desde el asesinato del presidente Jovenel Moïse, en julio de 2021, ha generado una crisis económica, humanitaria y de seguridad en la patria de Toussaint Louverture, de tal magnitud que ya no puede seguir siendo ignorada, por todo cuanto pueda afectar, no solo a la República Dominicana, sino a toda la región.
En nuestro caso, la convocatoria del CES busca aportar soluciones a seis aspectos fundamentales que nos vinculan con Haití: la migración, la seguridad nacional, el desarrollo de la zona fronteriza, el comercio bilateral, los asuntos laborales y las relaciones internacionales.
De Duvalier a la democracia eclipsada
Cuando en 1986 cayó Jean-Claude Duvalier (Baby Doc), luego de 29 años de dictadura iniciada por su padre, François Duvalier, se produjo en Haití un alivio y una esperanza de que podría cristalizarse un proceso hacia la democracia.
Esa aspiración se concretizó aún más cuando, en las elecciones de 1990, el antiguo sacerdote salesiano y partidario de la teología de la liberación, Jean-Bertrand Aristide, ganó abrumadoramente con el 67 % del voto popular.
Las bandas en Haití secuestran, extorsionan, torturan y asesinan con extrema crueldad.Anadolu via AFP
Sin embargo, al igual que Juan Bosch en nuestro país, el gobierno de Aristide fue derrocado mediante un golpe de Estado militar, apenas siete meses después de haber asumido el poder.
Se retornó al autoritarismo de los cuarteles, pero, debido a que en ese momento los Estados Unidos promovían activamente la democracia en la región, Aristide fue restituido en el poder en 1994 para culminar su mandato interrumpido.
Con el apoyo de la Organización Política Lavalas, partido fundado por Aristide, René Préval obtuvo un triunfo arrollador en las urnas en 1995, con un 88 % de los votos emitidos.
En la historia contemporánea de Haití, René Préval representa una época dorada de estabilidad política democrática, ya que logró completar dos mandatos no consecutivos de cinco años, algo sin precedentes en la democracia del primer país de América en abolir la esclavitud.
Aristide, distanciado de Préval por considerar que este había adoptado políticas de corte neoliberal, retornó al poder en 2001 con un respaldo popular masivo del 92 %.
Parecía un coloso de la política haitiana. Simbolizaba el anhelo de libertad y prosperidad del pueblo haitiano. Había enfrentado a la dictadura y, para eliminar todo vestigio de los Tonton Macoutes, disolvió el ejército haitiano.
No obstante, la disidencia interna engendró un movimiento anti-Aristide que, mediante el uso de las armas, fue conquistando Gonaïves y Cabo Haitiano, hasta llegar a Puerto Príncipe, precipitando su exilio a Sudáfrica.
Eso ocurrió en 2004, el año en que Haití celebraba el bicentenario de su independencia, la primera lograda en América Latina. Pero también fue el año en que, debido a su incapacidad para garantizar la convivencia política, se instaló en el país la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH).
Un Estado colapsado
Tras dos años de gobierno interino, René Préval —con quien coincidí en sus dos periodos de gobierno— retornó al poder en 2006, restableciendo nuevamente la estabilidad política en Haití.
Pero la desgracia volvió a azotar al pueblo haitiano con el devastador terremoto de 2010, que ocasionó más de 200 mil muertes, cientos de miles de heridos y la destrucción de las principales infraestructuras de Puerto Príncipe.
En esa tragedia, el rol de solidaridad desempeñado por la República Dominicana fue ejemplar, como así lo reconoció la comunidad internacional.
A Préval lo sucedió Michel Martelly (Sweet Micky), quien agotó su mandato en medio de constantes protestas populares.
Sin la presencia de la MINUSTAH, el caos se recrudeció durante el gobierno de Jovenel Moïse. Su legitimidad fue cuestionada desde el inicio, y su gestión estuvo marcada por denuncias de corrupción y presuntos vínculos con el crimen organizado. En julio de 2021, como en una tragedia shakesperiana, fue asesinado en su lecho conyugal.
Desde entonces, los demonios se han desatado en Haití. Las bandas criminales, que en un principio fueron financiadas por políticos y empresarios para protegerse de sus adversarios, se han expandido y multiplicado sin control.
El ya frágil Estado haitiano colapsó. Más de 200 bandas o pandillas se agruparon en diferentes coaliciones. Secuestran, extorsionan, torturan y asesinan con extrema crueldad.