
Por: Albin Cepeda
La genialidad de David Collado radica en saber administrar sus propias limitaciones. Él es plenamente consciente de que carece de discurso, propuestas y una línea ideológica: es, en esencia, un candidato vacío en términos políticos.
Consciente de estas carencias, ha diseñado una estrategia basada en la evasión. A diferencia de figuras como Omar Fernández, Hipólito Mejía, Guido Gómez Mazara, Leonel Fernández o Ramón Albuquerque, todos políticos activos que circulan en espacios públicos y se exponen al escrutinio, Collado se traslada únicamente a espacios controlados, donde los medios están alineados con su equipo y no formulan preguntas incómodas. Se limitan a reproducir sus notas de prensa.
Pero su blindaje no termina ahí. Collado también cuenta con el respaldo de un emporio económico que ha sabido mercadearlo como un “candidato viable”, utilizando encuestas manipuladas para posicionarlo artificialmente en la opinión pública. Se insiste en su popularidad con cifras que no resisten el más mínimo análisis político: ¿cómo es posible que alguien obtenga buenos números cuando no se sabe cómo piensa, ni qué propone, ni qué soluciones ha ofrecido a los problemas nacionales?
David Collado no es un fenómeno político; es un producto de marketing cuidadosamente fabricado por un sector poderoso de la República Dominicana, que apuesta por la forma antes que, por el fondo, por la imagen antes que por las ideas.