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Caldo de cultivo para una dictadura en República Dominicana


Por: Carlos Julio Féliz Vidal

Cada cierto tiempo, los hombres como las sociedades deben someterse a un proceso de reflexión, a los fines de proyectar lo que vislumbran de caras al futuro.

Hace algunos años que vengo sosteniendo en diversos escritos, que la República Dominicana viene abriendo el camino a una dictadura, fuese de “hombre” o de partido.

Al analizar la expulsión de Hipólito Mejía del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), hice una cronografía de acontecimientos que seguirían a la misma, y advertí, que el PRD estaba cavando la tumba de su propia sepultura.

Señalé que ese evento marcaría una crisis en el sistema de partidos políticos en la República Dominicana, que venía acentuándose con la modalidad de doble vuelta electoral, aprobada en la Constitución de 1994 y, que ha corrompido la esencia misma de la participación política, consagrando una escandalosa modalidad de fraude externo, que implica la compra de votos y conciencias.

Apunté que la crisis  influiría en el Partido de la Liberación Dominicana, dado que en dicha entidad se crearían serios espacios de competencia interna, al no tener oposición externa significativa.

Señalaba que la desconfianza en el PLD podía conducir  a una dictadura, a una aventura que se orientara a otro modelo de dirección, en tanto que esa pérdida de confianza no era solo al PLD, sino al sistema de Partidos imperante en el país.

Algunos acontecimientos como la desmoralización orientada a afectar la imagen del pasado Presidente Leonel Fernández, la controvertida reelección del Presidente Danilo Medina, el escándalo de corrupción de Odebrecht, el surgimiento de una propuesta presidencial de un nieto de Rafael Leonidas Trujillo Molina y la guerra fría entre danalitas y leonelitas a lo interno del PLD, a lo que se liga una fragmentación importante de la oposición, me obligan a tratar de nuevo el tema, especialmente, porque he visto que muchos dominicanos (entre ellos una franja importante de la juventud), están poniendo los ojos en un modelo de gobierno de fuerza, porque los políticos están destruyendo, con intención o sin ella, los valores en los que descansa la democracia.

Ese escenario no me gusta, aunque nací unos años después del ajusticiamiento de Trujillo, he hurgado en lo recóndito de las dictaduras y estoy convencido que  en ninguna parte del mundo, los beneficios que una dictadura aporta, son comparables con las restricciones que impone.

Creo, sin embargo, que la democracia dominicana debe repensarse. No es posible que estemos demoliendo los cimientos de la dominicanidad, promoviendo una cultura de corrupción descabellada, colocando una parte de la Justicia al servicio de intereses de personas y partidos, legislando desde los comités políticos de las organizaciones partidarias, concentrando el poder en manos inescrupulosas y haciendo coro a la opulencia, al desorden y al clientelismo.

Los políticos no tienen con qué pagar los platos rotos de la democracia. En algunos años han concertado la destrucción de los propios instrumentos que legitiman su accionar, los partidos, el mecanismo constitucional para acceder al Gobierno. De tres partidos  con capacidad para alternare en el Poder, cavaron tumbas para dos: El Reformista y el PRD.

El PRM  no ha dado muestras de vocación fehaciente por el Poder y parece que sus dirigentes están inmersos en el juego infantil “me caí entre un poso”, esperando que le  bendigan con un beso.

A pocos más de dos años para las elecciones, no se percibe un contrapeso, un discurso opositor congruente, que le haga ver al Gobierno que no es todopoderoso, concepto que no debe asumirse en una democracia.

La democracia se construye con consenso y disenso, mayorías relativas y minorías relativas, posibilidades reales de alternancia en el Poder, desde que se rompe ese equilibrio la democracia se resquebraja, incluso en la propia organización política.

Las fuerzas minoritarias lucen apagadas más que nunca, sin discurso para crecer. Los medios de comunicación no asumen compromisos con la democracia, salvo contadas excepciones. La reproducción de errores costosos, que obnubilan la conciencia nacional, se ve en el manejo que hacen de la candidatura presidencial de Ranfis Trujillo.

El problema no deben ser los Trujillo, el problema son los políticos que concentrando en sus manos todos los poderes del Estado, se olvidan que gobiernan para el pueblo.

Esa carrera alocada de los partidos para elevar la carga financiera del Estado, bajo un incremento de la deuda pública; ese espacio galopante que se ha dejado a la delincuencia común, y el descaro que exhiben los nuevos ricos ante un pueblo necesitado de oportunidades de empleo, seguridad y comida,  es lo que se debe enfrentar.

Se está haciendo un coro irresponsable a la dictadura, el problema no es Ranfis Domínguez Trujillo, el problema es la plataforma ideológica que se está vendiendo y el caldo de cultivo en que crece.

Hay políticos tradicionales, militares activos y pensionados, intelectuales, medios de comunicación, que han  abierto un gusto por la mano dura, que podría llevarnos de nuevo a un gobierno de fuerza, que no tendría que encabezarlo alguien con el apellido de Trujillo, porque aquí no hace falta llevar ese apellido para soñar con ser “el Jefe de todos los dominicanos”. Dios nos libre  de una aventura que nos conduzca a una dictadura de hombre o de partido.

Por nuestros hijos y por las generaciones venideras, mejoremos la democracia, hagámosla potable, para que no ocurra lo de 1930, cuando la crisis de los partidos y la ambición desmedida de uno de nuestros gobernantes propició una de las dictaduras más sangrientas de América.

*El autor ha sido maestro a nivel de especialidad en Sistema Políticos, autor del texto Derechos Individuales, bases para un nuevo Estado de Derechos, publicado por una prestigiosa universidad de Estados Unidos, fue funcionario electoral durante la


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