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¡El Limite de los Partidos!


Por: Daygorod Fabián

Bajo la magnánima actitud los caudillos partidarios venden sus ideas de democracia, pero el uso sin frenos del poder, convertido en excesos, los convierte en defensores de sus propias inconductas.

El mayor error estriba en pensar que una validación electoral, cuestionada por la parcialidad de los organismos competentes, es la luz verde que necesitan para que sus actuaciones presenten lontananzas de lo ética y jurídicamente correcto.

Esas acciones sin límites – permisibilidad para la sustracción de fondos públicos, complicidad para procurar la impunidad en casos que perjudican al Estado, etc.- son el hilo conductor que el ojo ciudadano deja de urdir para distinguir entre un político real y un expositor que utiliza el Estado como medio de reconocimiento social y acumulador de riquezas.

De ahí el apego a las posiciones bien remuneradas en el tren gubernamental y la resistencia a salir de las mismas. Esa obstinación a salir del poder es lo que genera la fascinación por eliminar cualquier muro que sirva de contención frente a cualquier exceso de los partidos políticos (grandes y pequeños).

Las luchas ilimitadas – partidarias no son de corte ideológico. Son personificadas por el amo de turno que ve el partido como un instrumento de naturaleza personal que le servirá de plataforma para el bienestar económico propio y de sus cercanos.

Cuando se realiza una auditoria a las máximas representaciones – en distintos niveles –  de los partidos políticos (tradicionales y emergentes) notamos que son las mismas caras de hace 20 y 30 años atrás los que dirigen esas organizaciones. La cultura del reemplazo y el límite al ejercicio político no tiene rémoras en la actualidad.

En otros casos el asunto es peor, las agrupaciones partidarias se convierten en sucesiones familiares donde la disidencia es vista como insubordinación, ya que el organigrama debe estar compuesto por los miembros de una misma familia.

Los pocos límites y los niveles de complicidad de los políticos tienen como resultado que en las mediciones NINGUNO (ninguna preferencia) goce de mayor popularidad que los demás contrincantes en la carrera por el poder.

Unas de las confusiones que derriba la barrera ética del límite en el ejercicio político, es la creencia de que la efectividad de los recursos públicos autoriza al elegido a realizar cualquier acción que deberá ser vista como buena y válida.

Además, soy de los que considero, que hay elementos (discurso, articulación, credibilidad, moralidad)  que no se venden en el mercado y estos elementos son los que deben imponerse a la hora de buscar (con el sufragio) quien debe guiar los destinos de un pueblo.


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