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Más como Neruda, menos como Peluchonneau


Por: Samuel Bonilla

El que se interesa por las ciencias políticas se interesa por las dinámicas de poder. En regímenes autoritarios, eso supone entender la correlación de fuerzas entre los miembros de la clase gobernante. Si bien el tema que ha cautivado la atención de los medios en meses recientes es el empoderamiento ciudadano en torno al Movimiento Verde y su reclamo por el fin de la impunidad, hoy dedicaré este espacio a reflexionar sobre el papel de la clase gobernante y las élites.

Los dictadores no gobiernan solos. A menudo creen que pueden, y es precisamente eso lo que los hace dictadores, pero la realidad es que sus gobiernos se sustentan sobre la lógica del reparto de poder. Generalmente existe un acuerdo tácito entre élites (políticas, económicas y militares) de que todos son responsables de gobernar. Pero ese acuerdo dura lo que dura la ambición del dictador en imponerse. Mientras más poder monopoliza el dictador, menos útil entiende a su anillo de élites y más rápido violenta la voluntad conjunta. Entender eso es entender la lógica del poder en los regímenes autoritarios. ¿Dónde radica el problema? Radica en que las élites tienden a estar un paso detrás del dictador. Radica en que la información perfecta no existe.

En el mundo perfecto y de información perfecta, la clase gobernante sabe leer al dictador y puede prevenir cualquier movida que busque anularla. En el reino de este mundo, en cambio, no es hasta que el dictador logra consolidar su poder que nos damos cuenta de lo ocurrido. Solo después de que el daño está hecho y estamos en posición de jaque, reaccionamos.

Según Milan Svolik, un reconocido politólogo de la Universidad de Yale, saber anticipar o ver a tiempo las movidas del dictador que conducen a la consolidación de su poder significa la diferencia entre un régimen autoritario en proceso de consolidación y una dictadura consolidada de larga duración.

Así como tuvimos la oportunidad de poner fin al peledeísmo e iniciar un nuevo ciclo político cuando veíamos un intento indiscutible de consolidación de poder por parte del PLD en las elecciones del 2012, hoy también recibimos importantes señales de ambición desmedida que, de ignorarse, supondrían muchos años de autoritarismo y sufrimiento para el pueblo dominicano.

La primera señal de excesiva hambre de poder fue la compra de la reforma constitucional para la reelección presidencial del 2016. Sin vergüenza alguna, por encima de la ley y de todo principio democrático, Danilo Medina ordenó la compra de alrededor de 100 legisladores. Es importante recordar que este hecho no sólo significó la reelección presidencial, sino la garantía de repostulación de la mayor parte de los legisladores y alcaldes oficialistas.

Lo verdaderamente significativo del hecho es que la ambición de un hombre cambió la lógica política de décadas. En cuestión de minutos, la política pasó de ser un mecanismo de movilidad social a un instrumento al servicio de las aspiraciones de Danilo Medina.

La omisión del escándalo de Odebrecht por parte del Presidente en su último discurso (el pasado 27 de febrero) constituye una segunda señal importante. Pensar que una persona pueda creerse por encima de la justicia y de las dinámicas regionales y continentales es prueba suficiente de que hay una intención autoritaria y dictatorial de por medio.

Más reciente aun, vemos como el comité político del PLD brinda apoyo a la hermana del Presidente en su intención de permanecer al frente de la Cámara de Diputados. Ya el hecho de tener a la hermana del mandatario como Presidenta de la Cámara parecería no ser preocupación. No preocupan los rumores de que haya sido ella la que en el hemiciclo hiciera las ofertas de compra de votos para la reforma constitucional.  Tampoco parecería preocupar que la ambición de los hermanos Medina viole el acuerdo peledeísta de alternar la presidencia del Congreso entre militantes leonelistas y danilistas. ¿Cuántas señales necesitamos?

¿Han visto “Neruda” de Pablo Larraín? Una película chilena nominada al Oscar que nos adentra en la vida del inigualable poeta latinoamericano a través de su persecución policial. Si bien es cierto que el inspector de la policía, Oscar Peluchonneau, estuvo cerca de apresarlo, también es cierto que nunca lo logró. Siempre estuvo un paso detrás. Mientras avanza la película, nos damos cuenta de que Peluchonneau es un personaje ficticio creado por el propio Neruda. Aun cuando la voz narradora parecía ser la del inspector policial, era el poeta quien nos contaba su historia.

En República Dominicana, todos parecemos ser personajes ficticios del dictador. Por eso invito a las elites políticas, a los empresarios, a los ciudadanos, en fin, a los dominicanos y dominicanas que buscamos un país más justo, a ser más como Neruda y menos como Peluchonneau. ¡Contemos nuestra historia! No permitamos que la cuente un dictador por nosotros.


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