Sin categoría

El PLD, la peor pesadilla que ha vivido la República Dominicana en toda su historia


Por: Nemen Hazim

Desde que Cristóbal Colón puso sus pies en lo que hoy es República Dominicana, hemos vivido pesadilla tras pesadilla; y cada una ha servido, con carácter de exclusividad, para castrar la sociedad, diferente a lo que ha sucedido con otros países que, a pesar de sus grandes tragedias, han alcanzado elevados niveles de desarrollo y civilización. Las desgracias sufridas por estas naciones, aunque dejaron destrucción y millones de muertos, les permitieron, por haber padecido hambre, desolación y dolor, transitar por caminos de superación, integradores de valores humanos, que los han llevado a establecer, en la generalidad, sociedades de individuos rectos, probos e intachables.

En esos países -que han atravesado guerras, plagas, genocidios y destrucción total- el ordenamiento social se ha dado de forma natural, pasando por cada una de las etapas que la economía ha ido desarrollando. En nuestro caso, que sólo hemos sufrido desviaciones sociales, la desgracia adquiere otros ribetes: ignorancia, mediocridad, desorden, irrespeto, burla, chisme, “caliesaje”, “lambonismo”, cinismo, vileza, corrupción…; todas, conductas de una sociedad que no transitó la historia de manera metódica, que vino a ver la luz del mundo capitalista, por vez primera, en el tercer cuarto del siglo XX y que desarrolló las estructuras sociales de todas sus clases bajo los vicios propios de la baja pequeña burguesía, haciendo uso del escalamiento rapaz para ascender socialmente posicionándose, a como dé lugar, y mediante el uso de recursos inimaginables, junto a las que detentan el poder o sirviéndole incondicionalmente de manera perversa y detestable.

España dejó de comprarnos azúcar; además, prohibió que la vendiéramos a Francia e Inglaterra; este fue el inicio de todas nuestras calamidades. Desapareció la producción azucarera y, en lugar de dar sustancia a la oligarquía esclavista, que era el estadio previo al desarrollo de la burguesía, pasamos a convertirnos en una sociedad hatera que, con el correr de los años, nos ha llevado a consolidar una colectividad pequeñoburguesa a la que le ha resultado muy difícil menguar el número de ciudadanos que integran las capas bajas (baja propiamente dicha, baja pobre y baja muy pobre), aquellas en las que la deformación social moldea individuo y comunidad. Nutren las capas superiores llevando consigo, en un adulterado proceso de escalamiento, todas las imperfecciones morales con las que han matizado su existencia.

Además de ser los únicos en América que no nos independizamos de quienes fueron nuestros colonizadores, somos parte de la única isla en el mundo que comparte territorio con dos naciones, y, lo peor, opuestas en todo, característica muy peculiar que nos ha llevado a vivir en conflictos permanentes con nuestro vecino Haití, precisamente de quien logramos liberarnos en una lucha que “no fue una guerra vulgar… Era la lucha solemne de costumbres y de principios que eran diametralmente opuestos; de la barbarie contra la civilización, de la luz contra las tinieblas, del bien contra el mal” (comillas de Eugenio María de Hostos, ‘Ciudadano de América’, cuyos restos descansan en el Panteón Nacional).

De esa lucha por la independencia sobresale un personaje que nos hace únicos en incoherencias y contradicciones: Pedro Santana, prócer de la patria y anexionista, dos condiciones que sólo pueden coexistir en ciudadanos paridos por la deformación social; no es coincidencia que haya sido el mayor exponente de esa sociedad hatera que prevaleció hasta mediados del siglo pasado. La maligna dualidad con la que ha recorrido la historia ha sido común denominador, incluso en época reciente, en jóvenes que una vez soñaron y lucharon por un mejor país… hasta tanto sus famélicos cuerpos vieron satisfechas sus necesidades materiales de existencia.

Describir cada etapa y analizarla es tarea ardua: la anexión; “la inestabilidad política, el desorden social, los derrocamientos, la corrupción y las revoluciones montoneras” que dieron notoriedad al período conocido como Concho Primo; la intervención norteamericana y Trujillo; la reelección de Horacio Vásquez y Trujillo; Trujillo, el sátrapa; Balaguer y el desmantelamiento de la escuela hostosiana; Imbert, el héroe; el golpe de Estado a Bosch; la Revolución de Abril y la segunda intervención gringa; Imbert, el traidor (de nuevo, la misma dualidad de Santana); Balaguer, la reelección y “la corrupción se detiene en la puerta de mi despacho“; la guerrilla de Caamaño y la traición; presidentes, conflictos y divisiones del PRD… Cada una ha estado marcada por los vicios y las deformaciones sociales de la baja pequeña burguesía: traición, corrupción, deshonestidad, reelección, arribismo, adulación… La desolación y las muertes que han provocado han sido insignificantes comparadas, por ejemplo, a las de cualquier país europeo.

Sin embargo, de todos los males que ha experimentado la nación, ninguno iguala la vileza que encarna el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), concebido por Juan Bosch “para completar la obra que iniciaron Duarte, Sánchez y Mella“. Creado con eficaces mecanismos de fiscalización para evitar que sus integrantes lo convirtieran “en otro PRD u otro PR“, dejó de ser la esperanza de toda una generación para convertirse en la peor pesadilla que ha padecido la República Dominicana.

Culpar a Juan Bosch por haber fundado dos partidos que el tiempo y las malas mañas, propias de una sociedad degradada, convirtieron en los más corruptos es una iniquidad. Sus intenciones descansaron siempre en la construcción de una patria saludable, culta y próspera para todos los dominicanos. Que los integrantes de ambas agrupaciones, PRD y PLD, hayan volcado hacia la vida fácil y depravada, usurpando los recursos del pueblo y obviando décadas de adiestramiento y formación, es otra cosa; los valores morales nacen en el hogar, no se aprenden con lecciones de sociopolítica… Este fue el gran error; nos equivocamos creyendo que los círculos de estudio, el centralismo democrático y otras medidas pragmáticas implementadas por Bosch servirían para algo, pero no ha sido así. El “tigueraje”, máxima figura de la baja pequeña burguesía, es indomable.

Podemos adjudicar al profesor Bosch la culpa por no haber previsto este desenlace, por haberle dejado a un grupo de oportunistas, simuladores irreformables, las herramientas que en lugar de accionar para el pueblo lo han ultrajado despojándole hasta el alma. Debimos advertir que, tan pronto desapareciera de escena quien con su autoridad moral fiscalizaba los vicios y deformaciones que se camuflajeaban en la práctica política, las desviaciones de la sociedad hatera que quedó conformada a mediados del siglo XVI con la extinción del comercio azucarero resurgirían de nuevo en el Partido de la Liberación Dominicana como las cucarachas, que “por su aspecto y el peligro que representan son los insectos que despiertan más sentimientos de desagrado y fobia“.


Botón volver arriba