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RD asume de forma forzosa crisis trasplantada por Haití


Santo Domingo.- Poco a poco Haití nos ha ido trasplantando sus propias crisis y ahora la República Dominicana se encuentra en la encrucijada de asumirlas, forzada por las circunstancias.

El imparable éxodo masivo de haitianos hacia nuestro país, fuera de todo control en estos momentos en la zona fronteriza, viene acompañado de costumbres que riñen con las nuestras, imposibles de asimilar.

Y a eso se le agrega también el efecto de presión que ejercen en la búsqueda de espacio vital, de empleos, de servicios de salud y educación, para lo cual no existen restricciones, pues los haitianos conforman la mayor masa laboral en la construcción, en ciertos oficios agrícolas, en la vendutería callejera y en todo aquello que pueda asegurarles ingresos económicos.

Donde quiera que instalan sus “ghettos” implantan las costumbres aprendidas en Haití. No les gusta someterse a las leyes del orden público ni a las formas de convivencia de nuestro país, y por eso se han hecho regulares y sistemáticas la participación de haitianos en hechos delictivos y asesinatos horripilantes, generalmente usando machetes para descuartizar a sus víctimas.

No se someten a las reglas de higiene, pues orinan, defecan y lanzan desperdicios a las calles en aquellos sitios donde suelen concentrarse y hasta usan aguas de fuentes contaminadas para bañarse en público o enjuagar envases, productos y hasta ropas, escenas muy vistas en las redes sociales.

La República Dominicana ha tenido que soportar pacientemente esta intrusión de modelos incompatibles de conductas humanas, porque así como las autoridades han sido incapaces de hacer valer las leyes de migración, más lo han sido para impedir que los haitianos se sientan que viven en su propio país, donde no existe un marco general de respeto a los derechos y a la dignidad de los seres humanos.

La situación ha llegado al día de hoy a límites francamente intolerables. Crece la repulsión de los dominicanos. Va creciendo la efervescencia pública contra ese estado de cosas y contra la aparentemente impasible actitud del gobierno frente a lo que ya constituye un burdo irrespeto a las leyes del país, una fuente de corrupción que engrosa los bolsillos de quienes hacen negocios con el tráfico o el empleo de los ilegales y un penoso ejemplo de impunidad, porque estas violaciones no tienen consecuencias jurídicas ni de ningún otro tipo.

El trasplante haitiano ya es un hecho. Una ominosa realidad.

 


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