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Una fiesta para no perderlo todo. René del Risco, lo dominicano, la modernidad


En el 2017 la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo cumple veinte años y ha encontrado una manera muy adecuada de celebrarlo al tener como escritor invitado a René del Risco Bermúdez (1937-1972) en el ochenta aniversario de su nacimiento. A pesar de ser uno de los referentes fundamentales de la poesía, la narrativa y la publicidad dominicanas, René del Risco es uno de los escritores dominicanos menos estudiados. Con excepción de artículos sueltos recogidos precisamente por Miguel D. Mena en el volumen René, así tan sencillamente, la obra que aquí reseño Una fiesta para no perderlo todo. René del Risco, lo dominicano, la modernidad (Miguel D. Mena, 1997) es la única monografía dedicada al insigne autor que merecidamente reconocerá el Ministerio de Cultura de la República Dominicana a partir del 20 de abril de este año.

Miguel D. Mena es más conocido en el ámbito nacional por su ingente labor como editor a través de Cielonaranja, la editorial más vanguardista y conservadora del país. Mena ejerce su labor curatorial con ahínco y mantiene un ritmo de publicaciones que sería la envidia de editoriales con mayor personal y presupuesto. Sin embargo, una de las facetas más ricas y menos conocidas de Mena es su labor como crítico y observador del devenir cultural dominicano; sus artículos recogidos en Poética de Santo Domingo (en tres tomos) permiten trazar una cartografía de los cambios acaecidos en la ciudad capital en los últimos 40 años y con su monografía sobre René del Risco, Mena se convierte en una referencia obligada para todos los que nos ocupamos del devenir post-tiranía de la literatura dominicana.

Al empezar su análisis sobre la obra de René del Risco, se establecen las claves a partir de las cuales Mena va a leer al poeta petromacorisano: “Si hay un hilo conductor en sus textos, éste es el que va produciendo multiplicidades, polifonías, movimientos rizomáticos, a partir de la imagen de la ida y la huida, del movimiento y la celeridad, del golpe y la sacudida, el pasado como futuro o compensación” (7). Esta lectura a partir de Gilles Deleuze y su teoría del rizoma conduce a una primacía de la memoria como raíz de la producción poética y narrativa de Del Risco (11). Ahí es donde se ancla la dominicanidad en René del Risco y quizás también la dominicanidad post-moderna. En la memoria nostálgica y en la capacidad de reproducir elementos concretos de esa memoria reside, por ejemplo, la identificación de la comunidad dominicana en el exterior con una determinada imagen de lo que se entiende puede ser lo dominicano. Pero al mismo tiempo esta memoria permite al poeta reconstruir una ciudad que ya para la publicación de su primer libro El viento frío (1967) empezaba a ser transformada por las intervenciones puntuales del balaguerismo constructor.

Mena aprovecha también el espacio memorístico abierto por del Risco para hacer una historia de la urbanización de la ciudad de Santo Domingo y nos recuerda que fueron los haitianos quienes dotaron a la capital de un centro histórico: “Por una de esas ironías de las historia, fueron los haitianos en sus años de ocupación (1822-1844) los que impulsarían con su fuerza concentradora ese eje de fuerza en Santo Domingo al construir el gobernador Borgellá su Palacio de Gobierno frente a la Plaza de Armas y la Catedral. Lo que no hicieron los monárquicos católicos lo realizaron los republicanos seculares haitianos” (17). Luego del advenimiento al poder de Rafael L. Trujillo y a raíz del proceso de reconstrucción iniciado luego del Ciclón de San Zenón (1930), la ciudad de Santo Domingo empezará a ser modernizada (Gazcue, los barrios de la parte Norte, la Feria, etc); modernización que se manifestará también en la transformación de las costumbres: “Con Trujillo las flechas de lo pasado a lo presente se hacen más continuas, a las que de repente se imponen–o inventan–tradiciones…Los gustos alimenticios serán otros desde que se imponga el consumo del aceite de maní (ver a José Ramón López). La percepción de los colores de las ciudades será otra, como ya vimos con respecto a la exigencia de pintar las casas. (¿Será este el surgimiento de la “tradición” de pintar las casas en diciembre?) Incluso el gusto musical será otro, al imponerse el merengue–música preferida del tirano–como emblema de “lo nacional” (29). Es en esta ciudad, en tránsito hacia la modernidad, en la que René del Risco empezará su obra poética y a la que años más tarde aportará eslóganes publicitarios que todavía perduran y que pueblan vallas y letreros (“Café Santo Domingo: sabor que empieza en el aroma”)

Mena apunta también a las principales influencias poéticas en del Risco, este “entronca en la poética con dos compueblanos que le precedieron–Pedro Mir y Víctor Villegas–mientras que escribe al calor de otro “macorisano nuevo”, Norberto James” (22). Yo agregaría también T. S. Eliot y a Walt Whitman (vía Pedro Mir, claro está). A partir de esta afirmación, Mena se lanza a un análisis juicioso y certero sobre El viento frío, aquí describe el poemario como una “toma de distancia crítica” respecto a los cambios que se estaban produciendo en la sociedad dominicana en ese momento. Como este libro es nuestra entrada no solo a la modernidad cultural sino también a la individualidad citadina, esa que también había descrito Georg Simmel en “La metrópolis y la vida mental” (1903): capitalista, reservada y con una estudiada indiferencia, recomiendo acercarse a Una fiesta para no perderlo todo como acompañante en la lectura de René del Risco y así retomamos un Miguel D. Mena que ha estado, lamentablemente, ausente desde entonces en la crítica literaria y que esperamos regrese con algunos tomos monográficos sobre autores que le son caros.


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