Por: Leonel Fernández
La primera vez que visité Venezuela fue hace casi 30 años, a finales de 1988, en compañía del profesor Juan Bosch. Nos alojamos en la residencia de un apreciado amigo suyo, el escritor Miguel Otero Silva.
Durante ese viaje visitamos al presidente Carlos Andrés Pérez, en su despacho presidencial de Miraflores. Entre el escritor y líder político dominicano y el mandatario venezolano se produjo un diálogo que giró, fundamentalmente, en torno a sus remembranzas de las luchas contra las dictaduras de Rafael Leónidas Trujillo, en República Dominicana; y de Marcos Pérez Jiménez, en Venezuela.
Recuerdo con precisión la explicación que, con mucho orgullo, nos brindaba el presidente Carlos Andrés Pérez acerca de un globo terráqueo que se encontraba en uno de los salones del palacio presidencial, obsequio del presidente francés FranÁois Mitterrand, en ocasión de su toma de posesión.
En mis viajes más recientes he vuelto a ver el referido globo terráqueo, ahora un poco más desgastado por el tiempo; y entonces me ha correspondido compartir información privilegiada sobre ese objeto, cuyo origen resulta tan desconocido como misterioso para la mayoría de los funcionarios palaciegos.
Siendo candidato a la Presidencia de la República, en 1995, tuve el privilegio de conocer e iniciar una amistad con el expresidente Luis Herrera Campins, cuyo hogar visité en distintas oportunidades.
Pero, en realidad, volví a Venezuela por segunda vez, en 1997, en visita oficial de Estado, cuando ostentaba la condición de Presidente de la República. En esa ocasión, para expresar su respeto y admiración al pueblo dominicano, el presidente Rafael Caldera hizo un gesto verdaderamente hermoso e inolvidable. Envió a darnos la bienvenida, a un par de aviones F-15, que se colocaron a ambos lados de las alas de nuestra aeronave, tan pronto entramos al espacio aéreo venezolano, a los fines de escoltarnos hasta nuestro aterrizaje en el aeropuerto de Maiquetía.
Esa visita consolidó la relación de amistad entre nuestros pueblos; y sirvió para acordar un conjunto de acciones de interés mutuo, entre los cuales se encontraba el financiamiento de varios proyectos de obras de infraestructura, que se obtendría a través del acuerdo de San José.
Así pues, como queda establecido, durante el transcurso de una década, habíamos logrado establecer relaciones cordiales, de afectos y de amistad con varios de los principales líderes políticos venezolanos, tanto del partido Acción Democrática, de orientación socialdemócrata, como de COPEI, de inclinación socialcristiana.
Chávez en escena
Aunque tuve conocimiento acerca de Hugo Chávez desde su intento por derrocar el gobierno de Carlos Andrés Pérez, en el 1992, no fue sino cinco años después, en el 1997, que lo conocí de manera personal.
En esa oportunidad, nos visitó al Palacio Nacional, en compañía de su esposa, María Isabel Rodríguez. Me refirió su decisión de participar como candidato presidencial en los próximos comicios venezolanos que tendrían lugar el año siguiente, es decir, en 1998; y nos inquirió acerca de cómo podríamos colaborar con su esfuerzo.
Estaba bien informado sobre la República Dominicana. Había venido en varias ocasiones previas al país, y decía tener amigos en el barrio de Los Mina. Recitó unos versos del poeta nacional, Pedro Mir. Me habló de manera elogiosa de la figura de Juan Bosch y se desparramó en reconocimientos en torno al coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó.
Al término de nuestra conversación, me trasladé con él al frente del Palacio Nacional, a la casa del ingeniero Hamlet Herman, presentándoselo como acompañante del coronel Caamaño en la guerrilla de Playa Caracoles de 1973.
Me reencontré con Hugo Chávez el día de su toma de posesión, en febrero de 1999. Conforme a las indicaciones del protocolo, me correspondió sentarme al lado del líder de la Revolución cubana, Fidel Castro.
Más en eInicio Chávez, luego de haber indicado que tomaba el juramento sobre una constitución moribunda, se persignó y besó el crucifijo que pendía sobre su cuello, a lo cual, en tono de broma, el comandante Fidel, me preguntó: “¿Y él es tan religioso?”. A eso respondí: “Comandante, me acabo de enterar”. Fidel sonrió y seguimos la ceremonia.
Mi primera gestión de gobierno culminó al año siguiente, en el 2000, y el presidente Hugo Chávez daba inicio a sus batallas, que le llevarían a álgidos enfrentamientos con la oposición, hasta el punto de suscitarse un golpe de Estado que lo depuso del poder por breve tiempo, en el 2002.
Aunque estaba fuera del gobierno, mantuve relaciones con el presidente Chávez. Según me cuentan algunos amigos, él mismo llegó a hacer referencia, en varias ocasiones a nuestro vínculo de amistad en su programa de radio, Aló Presidente.
Luego de su retorno al poder, se inició en Venezuela un proceso de diálogo, con la finalidad de lograr la estabilidad política del país y rescatar la confianza entre los principales actores de la vida política nacional.
A ese diálogo, hace 15 años, fui invitado a participar, tanto por parte del gobierno venezolano, como de la oposición. Ahí estuve junto al expresidente Jimmy Carter y a otras figuras de América Latina, en las distintas mesas que se organizaron para establecer acuerdos que garantizasen la estabilidad política, el desarrollo económico y la prosperidad del pueblo venezolano.
De Chávez a Maduro
Con nuestro retorno al gobierno en el 2004, tuvimos múltiples encuentros con el presidente Hugo Chávez, quien siempre fue solidario con la República Dominicana, muy especialmente a través de su programa de Petrocaribe. Al fallecer en el 2013, le sucedió el presidente Nicolás Maduro, quien fue electo ese mismo año por el voto mayoritario de sus conciudadanos.
Pero, desde la llegada del presidente Maduro al poder, empezó a experimentarse una caída en los precios del petróleo en los mercados internacionales, lo que condujo a inestabilidad macroeconómica, a un descontento social y a una situación de turbulencia política.
Con motivo de las elecciones legislativas de diciembre de 2015, fui invitado por UNASUR a presidir la observación electoral en representación de esa entidad de carácter subregional.
Al término de ese certamen, que fue ganado abrumadoramente por los partidos integrantes de la Mesa de Unidad Democrática (MUD), varios de esos dirigentes de oposición se me acercaron para solicitar mi intermediación en un proceso de diálogo nacional en Venezuela.
Les dije que estaría dispuesto a asumir ese papel siempre que fuese autorizado por UNASUR. Así se hizo, y de esa manera he estado participando, junto a los expresidentes del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero; y de Panamá, Martín Torrijos, durante casi dos años, en esa gestión de acompañante al diálogo en búsqueda de una solución pacífica y democrática al drama de Venezuela.
Durante ese tiempo, y luego de cerca de 20 viajes continuos a Caracas, ha habido momentos en que parecía que el conflicto llegaría a su fin, como ocurrió, por ejemplo, a finales de 2016, cuando se contó con la participación de un representante personal del Papa Francisco.
Sin embargo, diversas circunstancias, sobre todo de desconfianza entre los principales actores del gobierno y de la oposición, agravaron la situación conflictiva durante los últimos meses en la patria de Bolívar.
Pero además, con la culminación del período del expresidente Ernesto Samper, como Secretario General de UNASUR, y en razón de los cambios políticos producidos en varios países del cono sur, la participación de esta entidad subregional en el acompañamiento al diálogo se ha visto disminuida.
Al encontrarse en esa situación, el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, contando con el apoyo de la Cancillería del gobierno español, ha estado desempeñando un rol más activo durante los últimos dos meses.
Pero ahora, en una nueva modalidad, en la que se procura que varios países se integren en calidad de acompañantes, el diálogo tiene como anfitrión al gobierno de la República Dominicana.
Mi presencia en Venezuela ya alcanza casi tres décadas. Durante ese período he participado, de manera modesta, junto a sus principales líderes, de gobierno y oposición, en la búsqueda de fórmulas que permitan la convivencia democrática y civilizada en ese hermano país.
A pesar de mi ausencia como acompañante en este nuevo episodio del diálogo venezolano, cuyas verdaderas razones solo el tiempo se encargará de esclarecer, albergamos la esperanza de que en esta ocasión, dada la situación de grave violencia que le ha precedido, existan las condiciones óptimas para una solución definitiva que permita devolverle al pueblo venezolano la paz, la tranquilidad y el bienestar que anhela y se merece.